Carlota, una vida intensa en siete meses y medio
Carlota nació a principios de mayo de 2012 en Madrid. Esta es su historia.
Carlota vino al mundo con varios problemas y fue abandonada por sus padres biológicos (a quienes no se puede juzgar, tuvieron a la niña en lugar de tirarla a un contenedor).
Tenía neumopatía crónica y requería de oxígeno para respirar, mediante unas gafitas especiales, de esas que se ponen en los hospitales. Su cuello, su tórax y sus bracitos eran un poco más cortos de lo habitual. Tenía una pequeña malformación en la garganta que le impedía realizar correctamente la deglución o siquiera llorar como cualquier bebé. Solamente gruñía cuando se enfadaba, cuando le dolía algo o estaba incómoda (decía ¡Buuuu!y ¡ma-ma-ma-ma-ma!). Pero era difícil que nadie la pudiese oir en el ajetreo del box donde la atendían. Tampoco tenía del todo formada la forma la cabeza, ya que nadie se preocupaba de la postura de la pequeña y, por la morfología de su cuello, siempre giraba la cabeza hacia el mismo lado. Tenía dos angiomas, unos bultos bastante desagradables de ver pero que los médicos aseguraban que desaparecían con el tiempo; uno en la cabeza y otro en la espalda. El de la espalda estaba escarado. La médico que nos atendería un poco más tarde nos dijo que tenía facies tosca, cara con rasgos toscos, seguramente síntoma de su síndrome, a fecha de hoy todavía desconocido.
Dos de nuestros mejores amigos, a quienes nunca sabremos expresar lo suficiente nuestra gratitud, nos presentaron a la pequeña Carlota el 25 de agosto de 2012, aprovechando una visita a su bebé recién nacido, que también se encontraba ingresado luchando como un campeón.
Cuando Elena y yo nos asomamos al box, Carlota estaba en una cuna justo al lado de la puerta. Tenía expresión huraña, el ceño fruncido y mirada triste. Estaba sola. Mientras el resto de bebés estaban en brazos de sus madres, a ella nadie la cogía. Mucho tiempo después nos enteraríamos de que algunas enfermeras la cogían cuando tenían un rato libre, que no era tampoco lo habitual.
Solamente estuvimos dentro unos instantes, pero al salir nos asaltaron un torrente de emociones y sentimientos encontrados. El instinto paternal, el corazón roto de pensar que un bebé había sido abandonado, en qué lío nos vamos a meter, quién nos manda complicarnos la vida, quiénes somos nosotros para meternos donde no nos llaman, que si la niña no es guapa (y un cuerno), que si cuando crezca cómo será, qué vida más difícil va a tener, quiero llevármela a casa… Todo ello regado con ataques de pánico intermitentes. No sería la última vez que nos iba a pasar todo eso por la mente. Incluso meses después, siendo parte de su vida, con muchas decisiones tomadas, nos asaltarían las dudas.
Afortunadamente, pasados unos minutos, sacamos la cabeza de nuestro propio ombligo y nos hicimos las dos únicas preguntas que servían para algo: ¿quién va a darle amor, besos y abrazos a Carlota? y ¿qué podemos hacer nosotros por ella?.
Gracias al equipo médico del hospital tuvimos acceso a Carlota como voluntarios para visitarla. La Comunidad de Madrid nos autorizó a visitarla tras dejarles muy claro que comprendíamos que no había relación causa-efecto entre el voluntariado y una posible adopción, lo que nos costó 10 días de no ver a la peque.
Comenzamos a visitarla el 3 de septiembre de 2012. El 9 de octubre de 2012 comenzamos el cursillo de preparación a la adopción y el día 15 entregamos los papeles para iniciar el expediente de adopción de Carlota.
Nuestro proceso de adopción era un poco especial. Habíamos conocido a Carlota, y nos ofrecimos para ser sus padres. Nos ofrecimos para ella y para nadie más. El objeto de nuestras visitas siempre fue que Carlota tuviese lo más parecido a unos padres. Si no nos concedían ser sus padres, al menos, seríamos sus padrinos.
Elena se pasaba prácticamente todo el día en el hospital con ella, y yo iba a verla casi a diario después de trabajar. También íbamos los fines de semana. Al principio era un voluntariado, como así lo dejamos muy claro, pero poco a poco nuestra vida giraría cada día más en torno a ella.
Es increíble lo feliz que puede ser una persona cuando deja de pensar en si misma y pone toda su atención en los demás. Elena y yo hemos luchado porque aprendiese a comer (llegó a comerse un par de biberones grandes), la hemos estimulado para que aprendiese cosas (le encantaban los dibujos de Pocoyó y los bits de estimulación en el iPad), hemos hecho gimnasia con ella, hemos dormido con ella espatarrada encima, la hemos cuidado cuando tenía fiebre, hemos jugado con ella… En definitiva, la hemos dado amor y hemos velado por su bienestar.
Y qué decir de ella. Fué una luchadora desde el minuto en que vio la luz por primera vez, tenía un genio tremendo y nos enseñó algunas lecciones no escritas acerca de la vida, de esas que solamente un padre puede experimentar y casi nadie entiende hasta que no las vive en primera persona, por muchas palabras que se utilicen. Ah, y de fea nada. Solamente necesitaba un poco de cariño para dejar de fruncir el ceño e incluso sonreir. Y de tonta no tenía un pelo. Era la cosica más linda del mundo mundial. Mira que es cursi decirlo, pero es cierto, y tengo pruebas.
Carlota se fue de nuestro lado el día 19 de diciembre de 2012 (mi cumpleaños) por la noche, tras una sucesión de eventos que no se gestionaron debidamente. Falleció en nuestros brazos, acompañada en todo momento, con dignidad.
Mucha gente le presentó sus respetos. Tanto en el hospital como en el ratito de vela en el tanatorio, que la Comunidad de Madrid nos regaló para despedirla adecuadamente. No había salido nunca del hospital, no conocía a casi nadie y nosotros no habíamos hablado mucho de ella, y ya tenía a la familia y amigos despidiéndola como se merecía.
Hemos perdido una hija, pero nos ha dado los meses más felices de nuestra vida. A cambio, estamos seguros de que ahora tenemos un ángel en el cielo.